Presentación de la Autobiografía de Sun Myung Moon en Argentina
“El ciudadano global que ama la paz”, la Autobiografía de Sun Myung Moon (*), fue presentada este 4 de noviembre en Argentina, en un acto desarrollado en Buenos Aires (Tacuarí 202 – 8° Piso), donde se compartieron distintas facetas del fundador del Movimiento de Unificación a través de diferentes testimonios y vivencias.
Durante el encuentro también cantó el Coro de la Federación de Familias, conformado en su mayoría por hijos de matrimonios internacionales, que interpretaron “Un hogar para todos”, “La piedra del amor” y “Alma misionera”; se leyó “Corona de gloria” (**), un poema escrito por el Padre Moon cuando apenas tenía 16 años luego de una profunda experiencia espiritual que marcaría toda su vida; y al final se hizo un brindis celebrando la presentación de la Autobiografía en Argentina.
La obra fue editada en el 2009 por una de las más prominentes editoriales de Corea (***), la Gimm-Young Publishers, convirtiéndose en best seller. Posteriormente se tradujo al inglés y a otras lenguas alrededor del mundo, lo que permite conocer hoy de primera fuente el trabajo y visión de paz del “ciudadano global que ama la paz” en sus 90 años de vida, 50 de casado con Hak Ja Han, con quien formó una familia de 14 hijos y más de 40 nietos.
(*) Prefacio (“El ciudadano global que ama la paz”)
Una lluvia de primavera que cayó durante la noche puso fin a la prolongada sequía invernal. Me sentí tan complacido por ello que me pasé la mañana caminando por el jardín. Del suelo subía ese fragante olor a tierra húmeda que había extrañado durante todo el invierno. En los sauces llorones y en los cerezos aparecían signos claros de los próximos brotes primaverales. Parecía escuchar el sonido intenso de esa nueva vida, que brotaba aquí y allá por todo el jardín. Mi esposa, que había salido detrás de mí sin que yo lo notara, recogía retoños de artemisa que habían logrado asomar sus cabezas por encima de la hierba seca. La lluvia de la noche anterior había convertido al mundo entero en un balsámico jardín de primavera.
No importa cuánta conmoción haya en el mundo: con marzo comienza a llegar la primavera. Cuanto más envejezco, más valoro su llegada al término del invierno y más aprecio a la propia naturaleza, que trae con esa estación la plenitud de toda su gama de flores. Pero, ¿quién soy yo para que Dios, en cada estación del año, me obsequie esta vívida alegría, la de ver que todo florece o la de ver caer la nieve?
Ante ese solo pensamiento brota en mí un desbordante amor. Nace en lo más profundo de mí ser y forma un nudo en mi garganta. Me conmuevo hasta las lágrimas al pensar que he recibido lo verdaderamente valioso de mi vida sin pagar nada por ello. He dado varias veces la vuelta al planeta en mis esfuerzos por lograr un mundo de paz, pero es aquí, en este jardín primaveral, donde puedo saborear la verdadera paz. Ésta también nos fue dada gratuitamente por Dios, pero la hemos perdido en alguna parte y ahora, no sé por qué, pasamos la vida buscándola en los lugares equivocados.
Para lograr un mundo de paz he pasado mi vida yendo a los lugares más humildes y apartados de los grandes centros urbanos. Conocí a esas madres africanas que no pueden sino miran con impotencia cómo sus hijos mueren de hambre. También me encontré con padres sudamericanos que viven junto a ríos de pesca abundante, pero no pueden alimentar a sus hijos porque no la saben aprovechar. Todo lo que hice fue compartir con ellos un poco de comida, y a cambio, ellos me brindaron su amor. Embriagado por la fuerza del amor he cultivado en selva virgen, he plantado, he cortado árboles para construir escuelas y he pescado para alimentar a niños hambrientos. He sido feliz pescando toda la noche mientras los mosquitos no cesaban de picarme, e incluso cuando me hundía hasta las rodillas en el lodo, porque veía desaparecer la tristeza de los rostros de mis solitarios vecinos.
En búsqueda del atajo que nos lleve a un mundo pacífico me dediqué a inspirar cambios en el pensamiento político y en el modo de discurrir de la gente. Me encontré con el entonces presidente Gorbachov, de la ex Unión Soviética, como parte de mis esfuerzos para lograr la reconciliación entre el comunismo y la democracia. También me reuní con el entonces presidente Kim Il Sung, de Corea del Norte, para debatir seriamente sobre la manera de traer la paz a la península de Corea. También cumplí el rol de un bombero para un Estados Unidos que se derrumba moralmente, con la intención de revivir el espíritu puritano.
Me concentré en la solución de diversos conflictos en el mundo. No dudé en entrar en Palestina en momentos en que el terrorismo era rampante, en aras de la reconciliación entre musulmanes y judíos. He reunido a miles de judíos, musulmanes y cristianos en un mismo lugar, proporcionándoles un campo para la reconciliación, y he organizado con ellos marchas por la paz, si bien los conflictos continúan.
Sin embargo, ahora veo la esperanza de que en Corea se abran de par en par las puertas hacia un mundo pacífico. Puedo sentir en cada célula de mi cuerpo que en esta península coreana, forjada en interminables sufrimientos y en la tragedia de la división, existe, almacenada y a punto de estallar, una energía lo suficientemente poderosa como para conducir al mundo en lo cultural y en lo económico. Así como nadie puede impedir que vuelva la primavera, ningún poder humano puede evitar que la fortuna celestial venga a la península de Corea. Es tiempo de que el pueblo coreano se prepare en cuerpo y mente para elevarse junto con la ola de la fortuna celestial.
La sola mención de mi nombre genera revuelo en el mundo. Soy una persona controversial. Nunca busqué dinero ni fama. He pasado la vida hablando únicamente de la paz, pero el mundo agregó diferentes calificativos a mi nombre. Me rechazó y me apedreó. Muchos de ellos no están interesados en saber lo que digo ni lo que hago. Simplemente se me oponen.
He sido encarcelado, acusado de cargos falsos, seis veces en mi vida, por diferentes gobiernos y dentro de distintas fronteras: bajo el colonialismo del imperio japonés, por el régimen comunista de Corea del Norte, durante el gobierno de Sung Man Rhee en Corea del Sur e incluso en los Estados Unidos. Pasé por el dolor de ser abandonado con laceraciones en carne viva y derramando sangre.
Hoy, sin embargo, no guardo ni la más pequeña herida en mi corazón. Ante el verdadero amor, las heridas no son nada. Si uno siente amor verdadero, hasta los enemigos se derriten sin dejar rastro. El verdadero amor es el impulso del corazón de dar, dar y querer seguir dando. El verdadero amor es un amor que incluso se olvida del amor que ya dio, y vuelve a dar. He vivido toda mi vida embriagado por ese amor. No deseé nada que no fuese amor y di todo de mí para compartirlo con mis vecinos pobres. El camino del amor es muy difícil, pero aunque estallase en lágrimas y se me doblasen las rodillas, fui feliz en dedicar mi corazón a amar a la humanidad.
Todavía hoy me siento lleno de un amor que no he podido entregar totalmente. Al compartir este libro con el mundo, oro para que dicho amor se convierta en un río de paz que riegue la árida tierra. Recientemente, un número creciente de personas ha estado tratando de saber más sobre mí. Para que les sirva de ayuda, vuelco entonces en este libro un relato sincero de recuerdos vívidos, pero debido a obvios e inevitables límites de espacio, anhelo poder brindarles en otra oportunidad todo lo que me haya quedado por decir aquí.
Quiero enviar infinito amor a quien creyó en mí, se quedó a mi lado y compartió su vida conmigo, superando tantos momentos difíciles: mi esposa, Hak Ja Han Moon, a quien le estoy profundamente agradecido. Por último, quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a la Señora Eun Ju Park, presidente de la editorial Kimyeoung Sa, Editores Jóvenes Inc., que ha volcado toda su sinceridad y dedicación para llevar este libro a su publicación, así como a todo su equipo, que derramó mucho sudor para hacer más comprensibles al lector algunas complejidades de mi relato.
Sun Myung Moon Cheong Pyeong, Corea del Sur
1º de marzo de 2009.-
(**) Corona de gloria
Cuando dudo de las personas, siento dolor.
Cuando las juzgo, es insoportable.
Cuando odio a la gente, no encuentro valor a mi existencia.
Pero si creo, soy engañado.
Aun cuando amo, se me traiciona.
Sufriendo y afligido esta noche, mi cabeza en mis manos.
¿Estoy equivocado?
Sí, estoy equivocado.
Aunque seamos engañados, continúa creyendo.
Aun cuando somos traicionados, debemos perdonar.
Ama completamente, incluso a aquellos que te odian.
Limpia tus lágrimas y acepta con una sonrisa,
a aquellos que no conocen nada más que engaño.
Y a esos traicionados sin lamentos.
Oh Señor, el dolor de amar.
Mira mis manos.
Pon tu mano sobre mi pecho.
Mi corazón estalla con semejante agonía.
Pero cuando amo a aquellos que actúan contra mí,
consigo la victoria.
Si has hecho la misma cosa,
te daré la corona de gloria.
Sun Myung Moon
Escrito a los 16 años (1936).-
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